martes, 5 de julio de 2011 | | 0 comentarios

El cáncer del Presidente

Es de todos conocido que el presidente fue sometido recientemente a 2 cirugías en Cuba. Durante casi un mes la informaciones extra oficiales iban y venían.  Especulaciones, cadenas por los blackberrys, comentarios por las redes sociales. En fin, todo esto como resultado de la ausencia de declaraciones o desmentidos por parte de voceros del gobierno sobre el estado de salud de Chávez.

Hasta que el 30 de junio, el mismo presidente da una breve declaración (más o menos 30 minutos) comunicando, sin mayores detalles, que le habían diagnosticado la presencia de celulas cancerosas.

A esta fecha, 5 de julio, en medio de las celebraciones del bicentenario de la firma del acta de independencia, se desconoce oficialmente los pormenores de su enfermedad.

La noche anterior a su declaración había soñado que el presidente había muerto por un cáncer avanzado. Cuando desperté me dije "Bueno, si que tengo ganas de verlo muerto.¡Qué horror!". Todo el tema de la salud del presidente me hizo sentir que estábamos viviendo el comienzo de un cambio. Me asombró descubrirme esperanzada. Si, yo también lo estaba.

Así que comencé a observar las reacciones de algunas personas, seguidoras o no del susodicho, con relación a su publicitada enfermedad.

Uno de los aspectos que más me llama la atención es la construcción de la realidad que cada persona se hace en torno al tema del cáncer del presidente. Si es seguidor, el sufrimiento por el peligro de muerte y como consecuencia el riesgo de "pérdida de la revolución"; si no lo es, la expectativa de ver al presidente disminuido y dándole paso a otros personajes en las elecciones del 2012. Toda una fantasía, pues.

Pero desde ayer, estas expectativas se han visto truncadas al ver de nuevo a Chávez en Venezuela, regresando sorpresivamente de madrugada, y dando un discurso "emotivo" a una multitud que lo recibió en el Balcón del Pueblo. De hecho, me llegaron hoy por el pin del teléfono varios mensajes "informando" que lo del cáncer es una estrategia para elevar la popularidad del presidente. Mensajes cargados de decepción.

Personalmente no creo que la enfermedad sea un invento, pero si considero que hay mucha manipulación de la emocionalidad de los seguidores (incautos) que sufren con el deterioro de la salud de su líder. Vi por tv a gente llorar desconsoladamente en el recibimiento al presidente.

El cáncer fue incluido en la campaña electoral del presidente. Veamos su impacto en las elecciones del 2012.

domingo, 19 de junio de 2011 | | 0 comentarios

La enfermedad y la autosanación

En lo más profundo de mi inconsciente tengo unas pautas nocivas y autodestructivas que me han enfermado, especialmente en este mes. 

He comenzado una revisión interna para descubrir lo que ocurre, o por lo menos, tener un indicio. 

Lo que he detectado es un cúmulo de prácticas dañinas bañadas de culpa, críticas, juicios, rencores, falta de perdón, miedos. He estado constantemente autoacusándome y por supuesto acusando a lo demás de parálisis ante la vida, sintiendo culpa por el pasado y miedo por el futuro.

Tengo una buena vida. Un matrimonio estable, con amor. Unos hijos maravillosos. Sin embargo, estoy en un constante saboteo de mi felicidad. Es increíble. 

He decidido dejar ir esas pautas y comenzar a vivir una vida de plenitud. Estoy segura que con esta decisión ya comencé a sanar mi cuerpo. Este es el momento.

En la próxima entrada escribiré sobre los cambios y sus impactos sobre mi salud.


miércoles, 13 de abril de 2011 | | 1 comentarios

Aquí estoy de nuevo

Hace meses que me alejé del blog. Fue algo temporal, mientras sentaba las bases de mi nueva actividad (Desde agosto 2010) como ama de casa y proyectista. Pasé 28 años de mi vida trabajando fuera de la casa. En el 2007 me retiré y comencé a trabajar desde mi casa, con mi propio horario, siempre había alguna empleada doméstica. En el 2010, luego de descubrir, que faltaban objetos de valor y otros, dañados por la indolencia ajena, decidí asumir esas tareas. No ha sido fácil, pero lo estoy disfrutando. He aprendido a cocinar y a organizarme en las diferentes tareas. Muchas mujeres lo hacen. Lo cuesta arriba, me parecen, los malos hábitos de mis hijos, acostumbrados a ser atentidos, yo tengo una cuota de responsabilidad en eso. Así que estoy tratando de lidiar con esto, como si me reuniera con dirigentes sindicales que protestan por sus "derechos". Unos días avanzando, otros días estancados pero ahí vamos, con mucho optimismo. Espero continuar escribiendo, para mi, aunque nadie lea mi blog. Es algo terapéutico. Hasta la próxima

viernes, 3 de septiembre de 2010 | | 1 comentarios

El gran día

Ese día era el gran día. Lo había esperado con ansiedad. Lo desconocido de la experiencia le producía una mezcla de miedo y alegría. Tenía rato en la cama dando vueltas. Decidió levantarse unos minutos antes de lo previsto. Aún era de madrugada. Entró al baño y se miró al espejo. Sus ojos mostraban unas ojeras violáceas por las noches de poco sueño. Había aumentado de peso . "Espero rebajar pronto" pensó. Se duchó rápidamente. ¿Cómo sería?  ¿Dolerá mucho?  Recordó las palabras de su cuñada de sólo 18 años que ya había parido: "Vas a sentir un dolor intenso y en algún momento pudieras pensar que es insoportable pero eso dura poco y luego llega la inmensa alegría de tener a tu hijo en los brazos". Entro a la habitación y se vistió rápidamente, tomó la maleta que había preparado días atrás y se dirigió a la sala. Allí estaba su esposo, recostado en el sofá. Había llegado a las 2 am de reunirse con unos amigos. Ella había pasado la noche sola con sus pensamientos.
-Estoy lista, le dijo con sequedad.

El se levantó, tomó la maleta y caminaron en silencio. La luna aún brillaba en el cielo tiñendo de plata los jardines del edificio.  Salieron en el auto hacia el hospital. Las calles estaban desiertas a las 5 de la mañana. Aparcaron cerca de la entrada de emergencia. La doctora Angela ya había llegado. La recibió con una amplia sonrisa que la hizo sentir cierta calidez. Había frío en la sala.
-Ve con la enfermera, le dijo. Ella te va a preparar.
Su esposo se quedó en la sala de espera. No se despidieron, no hubo un abrazo, ni siquiera unas palabras de aliento. Ella siguió a la enfermera en silencio. Caminaron por un largo pasillo blanco muy limpio, muy iluminado. Al final del pasillo había una puerta de madera con un aviso en acrílico: Sala de Pre-parto. Entraron. Una semi penumbra inundaba el ambiente. Cuatro mujeres embarazadas estaban acostadas en unas camillas alineadas una al lado de la otra, todas tenían una solución intravenosa en su brazo izquierdo. Las mujeres susurraban entre ellas. Guardaban silencio cuando alguna tenía una contracción y luego reanudaban la charla. "Qué extraño" pensó.
La voz de la enfermera la sacó de sus pensamientos. 
-Entra al baño y te quitas toda la ropa. Te vistes con esto. 
Le entrego un paquete liviano envuelto en plástico transparente. Era una kit de papel verde, compuesto por una bata, un gorro y unas zapatillas del mismo material. 
-Cuando estés lista te acuestas en esta camilla. 
La camilla estaba en un cubículo aparte dentro de la Sala de Preparto destinado a casos especiales.
-¿Por qué aquí? le preguntó intrigada.
- Ah! No se preocupe. Es que las camillas están ocupadas. 
La enfermera hizo su trabajo con destreza, conectó el catéter en la vena y comenzó a pasar la solución. Revisó el pubis y  terminó de rasurar lo que ya estaba depilado.
-No puede haber vellos, le dijo.
La doctora entró sonriente.
-Lista Sandra?
Asintió con la cabeza.
-Cuando termine de pasar la solución regresaré para romper la bolsa de líquido amniótico. Eso ayudará a agilizar el trabajo de parto.
Cuando la solución iba por la mitad empezó a sentir unos suaves dolores en el vientre que   le hizo pensar que no era cierto lo de los dolores parto. "Creo que soy muy fuerte" pens. Casi ni siento las contracciones. La doctora regresó. La rotura de la bolsa hizo su efecto progresivamente. Diez de la mañana. Las contracciones iban y venían cada vez más intensas, cada vez más frecuentes. Recordó a su cuñada. "Aún no siento que sean insoportables, supongo que no estoy lista aún" pensó.

Doce del mediodía. Contracciones cada diez minutos. "Falta poco" se dijo con el afán de darse aliento. Su familia estaba en la sala de espera. Su mamá hecha un manojo de nervios, su hermana con su bebé de un año quizás comentando su experiencia cuando parió a su hijo. Su papá, también allí. Y su marido muy probablemente leyendo el periódico.

Cuatro de la tarde. Contracciones cada dos minutos con dolores de expulsivo, pero nada que la pelvis dilataba. Se detuvo en 7 cms desde el mediodía. Estaba exhausta. La doctora regresó. A las 4.30pm. Conectó de nuevo un monitor por donde escuchaba los latidos del bebé. "Será necesario practicar una cesárea. Ya hay sufrimiento fetal" dijo la doctora. Sandra aún con un vestigio de humor pensó "Y que hay con el sufrimiento de la madre?" Pero no dijo nada. Se sintió aliviada. La llevaron al quirófano. Todo fue muy rápido. El bebé nació a las 5.15 pm. Casi no vio a su hijo. Se lo mostraron desde lejos mientras lo alzaban por los pies. Fue sólo un instante. Después ya no vio a su hijo ese día.

Anochecía cuando la llevaron a su habitación. Era un cuarto compartido con otro paciente. Allí la esperaba su madre. Siempre tan leal. Siempre allí para ella. Cuanto necesitaba de su amor en esos momentos.
Pasó una noche de inmenso dolor. Las contracciones continuaron  hasta el amanecer.
-Son los entuertos. Afirmó su madre. Es el útero que se esta limpiando.
Nunca había escuchado la palabra entuerto para describir un dolor. Supongo que forma parte de la cultura popular, pensó.
Casi no durmió. Esperaba con ansiedad abrazar a su hijo, poder olerlo. besarlo... los bebés huelen  delicioso.
A media mañana se abrió la puerta   y allí estaba su hijo en una cunita de acrílico transparente. Durmiendo plácidamente. "Eso es lo único auténticamente mio" pensó con inmeso regocijo.
Sintió que era perfectamente feliz.






martes, 10 de agosto de 2010 | | 0 comentarios

Encuentro. Cuento corto

Esa noche en su casa se armó una discusión. Su madre y hermano discutían acaloradamente. Ya no sabía por qué. No quería escucharlos. Trataba de ver la televisión. Las voces alteradas seguían in crescendo. Apagó el aparato y fue a su habitación a vestirse. Iría al concierto de la Orquesta Sinfónica. No estaba demás. Ese día había leido en su horóscopo que conocería a una persona interesante además disfrutaba mucho de los conciertos. Corría el mes de octubre de 1982. Salió envuelta en un vestido fucsia, ligeramente ceñido al cuerpo con una abertura por delante que mostraba insinuante sus piernas bien tornadas. La melena al natural, ondulada, negra, poco maquillaje pero eso si, los labios perfectamente pintados. Llegó el taxi, subió rápidamente y se dispuso a disfrutar de la noche. El taxista la miraba con disimulo desde el espejo retrovisor. Se hizo la desentendida. Estaba acostumbrada a esas miradas. A sus 21 años era una mujer atractiva. Por la ventanilla vislumbraba la ciudad encendida. Tomaron la autopista que atraviesa el sur de la ciudad. El taxi paró frente al teatro. Había gente esperando entrar. Se sintió algo incómoda con el vestido, una brisa fuerte levantó la falda. Quizás debió ponerse otra cosa, en fin. Miró a un lado y al otro buscando a su amiga Luz. Ella toca la viola en la orquesta. No estaba. Quizás ya llegó y entró, pensó. Decidió sentarse en un banco en el andén. De repente sintió que alguien la miraba con  insistencia. Era un hombre de unos 30 años. Estaba de pie a escasos metros. Vio acercarse al hombre. ¡Ay no otro que va a preguntar la hora! pensó.
-Hola, dijo el extraño, 
-¿Sabes a qué hora comienza el concierto? 
Lo miró por un instante. El hombre de tez morena y mediana estatura, le pareció poco atractivo.
Cuando menos disfrazó la pregunta, pensó. 
-A las 8- Respondió con poco interés.
El hombre no se movió. 
-Estoy esperando a unos amigos, le dijo. 
Elena bajó la guardia. Sus alarmas se apagaron y decidió entablar conversación con el joven. Las puertas se abrieron y entraron al teatro. El concierto estuvo magnífico. Romeo y Julieta de Prokofiev. Una delicia. Pensar que esa hermosa pieza fue rechazada por los teatros Kirov y Bolshoi (1934)por su complejidad para adaptarla al ballet. Al finalizar el concierto, salieron con la multitud. El le ofreció llevarla. Ella aceptó. Por el camino conversaron. Arturo que es el nombre del joven, le dijo que era arquitecto y recién había regresado de un postgrado en Londres. Eso le gustó. Ella por su parte le habló de su carrera incipiante en la universidad. El tiempo pasó muy rápido. Cuando llegó a su casa se despidio rápidamente, luego de intercambiar teléfonos. Su hermana la miraba desde el jardín.
-¿Lo conozco? le preguntó entre curiosa y divertida.
-No.Y no preguntes más, le dijo con una sonrisa.
Ambas entraron a la casa. Todo en calma. Qué alivio, pensó. Se dispuso a dormir, sin imaginar el futuro que la esperaba al lado de ese hombre.

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En la oficina

Anochecía. Otro día de horas extras en la oficina. Tiempo malgastado. Pensó en sus hijos. Quería salir y aún había mucho por hacer. La angustia invadía su cuerpo por momentos, envenenándolo, marchitándolo. La espalda le ardía por horas en esa silla torcida. Volvía a concentrarse en el trabajo. No podía, de nuevo se distrajo, "hasta cuando luchar pensó". Quería renunciar a ese trabajo mal pagado, pero no, no quería arriesgarse en ese momento, muchas cuentas qué pagar. Así habían transcurrido 20 años, ahora con un equipo a su cargo. Era cuesta arriba. Llegó su asistente para informarle que el papel del plotter se acabó. No dijo palabra. El cansancio le impedía protestar. Decidió apagar el computador y tomó la cartera. Salió con paso apresurado. Tenía que ver a su familia, a su esposo sonriente y a sus hijos hermosos, llegar a su hogar cálido. Mañana será otro día. Quizás sea mejor.

sábado, 7 de agosto de 2010 | | 0 comentarios

El espejo


Se levantó esa mañana a la misma hora de siempre. La luz entraba a raudales por la ventana del baño. Se paró frente al espejo y recordó que estaba envejeciendo. No era fácil ver como la juventud desaparecía inexorablemente. Se preguntaba cómo lo hacían las mujeres de su edad. Todos los días frente al espejo ejecutaba un breve ritual: estudiar el rostro en busca de una nueva arruga o ser testigo de las existentes. “Me estoy poniendo vieja” se repetía cada mañana, pero no hacía nada. Ella se negaba a engrosar las filas de mujeres alteradas por el bisturí. Cuando observaba sus mejillas derretidas por el tiempo, las estiraba desde el nacimiento del cabello, a la altura de las orejas, intentando imaginar cómo se vería si se decidiera por la cirugía o quizás tratando de recordar cómo se veía años atrás.  Sacudía la cabeza para espantar sus pensamientos, pero cada mañana el tema de la vejez la atormentaba por momentos, luego entraba en el vendaval del día y se olvidaba del asunto, hasta la mañana siguiente.